lunes, 1 de febrero de 2010

Soy Feo

Yo soy feo. Lo que se dice feo. Feo. Pero feo, feooooo... ¡¡Pero FEO!!
¿Que no os lo creeis...? Pues estas son las pruebas.
Yo era tan feo que, cuando nací, el médico preguntó donde estaba la cámara oculta.
Yo era tan feo que, cuando nací, el doctor me tiró al aire y dijo: "si vuela, es murciélago", y luego me tiró en el agua y dijo: "si nada, es cocodrilo".
Yo era tan feo que, cuando nací, el doctor me dio la bofetada en la cara. Luego fue a la sala de espera y le dijo a mi padre: "Hicimos lo que pudimos... pero nació vivo", y en lugar de felicitarle, lo insultó.
Yo era tan feo que, cuando nací, mi madre no sabía si había sido un mal parto o una buena cagada. Incluso, se planteó muy seriamente si quedarse conmigo o con la placenta.
Yo era tan feo que, como nací prematuro, me metieron en una incubadora... con los cristales tintados.
Yo era tan feo, que cuando nací, no lloré yo... ¡lloró el doctor, lloraron mi padre y mi madre, y hasta lloró un señor que pasaba por allí!
Yo era tan feo que mi madre nunca me dió el pecho, porque decía que sólo me quería como amigo, así que en vez de darme el pecho, me daba la espalda.
Yo era tan feo que, a los 3 meses, aprendí a caminar solo, porque nadie me cogía en brazos.
Yo era tan feo que, desde que nací, me acariciaban con una rama.
Yo era tan feo, pero tan feo, que un día mis padres me llevaron de excursión al campo y, por la noche, los coyotes encendieron fogatas para que no me acercara a ellos.
Yo era tan feo que, cuando jugaba al escondite, nadie me buscaba.
Yo era tan feo que, cuando era pequeño, por las noches, mi "angelito de la guarda" dormía en la habitación de al lado.
Yo, además de feo, nací muy peludo: a mi madre siempre le preguntaban: "Señora, a su hijo ¿lo parió o lo tejió?".
Yo era tan feo que mi padre llevaba en su billetera la foto del niño que venía cuando la compró.
Yo era tan feo que pronto me di cuenta de que mis padres me odiaban, pues mis juguetes para la bañera eran un radio y un tostador eléctrico.
Yo era tan feo que una vez me perdí, le pregunté a un policía si creía que íbamos a encontrar a mis padres, y me contestó: "No lo sé; hay un montón de lugares donde se pueden haber escondido".
Yo era tan feo que, cuando nací, me exhibían en una feria por teléfono.
Yo era tan feo que, cuando me despertaba por las mañanas, el sol se escondía.
Yo era tan feo que, por las noches no podía dormir, porque cuando venía el sueño, lo espantaba.
Yo era tan feo que me dolía la cara.
Yo era tan feo que, una vez, los ratones se comieron el documento de identidad y dejaron la foto.
Yo era tan feo que, cuando fui al zoológico, los monos me tiraban cacahuetes.
Yo era tan feo que mis padres tenían que atarme un trozo de carne al cuello para que el perro jugara conmigo.
Yo era tan feo que, cuando me secuestraron, los secuestradores me cortaron un dedo para enviárselo a mis padres para pedir recompensa, y mi madre les contestó que quería más pruebas.
Yo era tan feo que trabajé en una veterinaria y la gente no paraba de preguntarme cuánto costaba yo.
Yo era tan feo que un día llamó una chica a mi casa diciéndome: "Ven a mi casa que no hay nadie”. Cuando llegué no había nadie.
Yo era tan feo que el psiquiatra me hacía acostar boca abajo. Un día me dijo yo estaba loco. Yo le respondí que quería una segunda opinión, y me dijo: "De acuerdo, además de loco, es usted muy feo".
Yo era tan feo que una vez, cuando me iba a suicidar tirándome desde la terraza de un edificio de 15 pisos, enviaron a un cura para darme unas palabras de aliento, y sólo dijo: "Preparado, listo...".
Yo era tan feo que el último deseo de mi padre, antes de morir, fue que me sentara en sus piernas... Lo habían condenado a la silla eléctrica.
Yo era tan feo, pero tan feo, que cuando mandé mi foto por e-mail, el antivirus la detectó.
Yo era tan feo que me miraban dos veces porque la primera no se lo creían.
Yo era tan feo que convertí a Medusa en piedra.
Yo era tan feo que un día, en la feria, me echaron del tren fantasma porque "asustaba demasiado".
Yo era tan feo que asustaba hasta a los ciegos.
Yo era tan feo que, cuando me miraba en el espejo, el reflejo se hacía a un lado.
Yo era tan feo que, en la cocina, hacía llorar a las cebollas.
Yo era tan feo que, una vez, lancé un boomerang y no volvió jamás.
Yo era tan feo que, cuando iba al banco, apagaban las cámaras de seguridad.
Yo era tan feo que, cuando fui a la casa de los espantos... regresé con una solicitud de empleo.
Yo era tan feo, pero tan feo, que una vez me atropelló un coche... y quedé mejor.
Y ahora, sólo soy... apenas feo.

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