miércoles, 13 de enero de 2010

La Vecina Y El Fotógrafo

Un amigo me contó una anécdota sucedida a una vecina suya.
Esta señora y su marido llevaban ya bastantes años de casados y no habían logrado tener familia. Suspiraban por lograr tener un hijo. Habían consultado a muchos doctores y recurrido a múltiples tratamientos, pero sin obtener resultado alguno. Por fin, un médico amigo de unos amigos encuentra la causa del problema: el marido era estéril, no podía engendrar.
"¿Qué debemos hacer, doctor?" le preguntaron.
"Bueno, algunas parejas recurren a la inseminación artificial, pero es un procedimiento bastante costoso y suele fallar mucho. Otras parejas utilizan algo mucho más sencillo y natural: buscan un padre substituto".
"¿Qué es un padre substituto?", preguntó la señora.
"Es un hombre, escogido con mucho cuidado, que hace por una sola vez las funciones del esposo, de modo que la mujer quede embarazada".
La señora vacila un poco, pero el marido dice al médico que por su parte no hay inconveniente, con tal de que su esposa vea realizada su ilusión de ser mamá. Así, pues, pocos días después, por mediación del doctor, se contrata a un joven y se prepara la cita para que el siguiente domingo por la mañana, ausente el marido de la casa, vaya a visitar a la señora y cumpla con su tarea.
Llegado el día, sucedió, sin embargo, que un fotógrafo de niños, que había sido llamado a una casa cercana para retratar a un bebé, se equivocó de domicilio y llegó al de la señora.
"Buenos días, vengo por lo del niño", se presentó.
"Sí, pase usted", respondió la señora con bastante timidez.
Entra el fotógrafo, que la señora creía el padre substituto.
"¿Le gustaría tomar algo antes?".
"No, gracias. El alcohol no es bueno en mi trabajo. Lo que quisiera es comenzar cuanto antes".
"Muy bien. ¿Qué le parece si vamos a la habitación?".
"Bueno, puede ser allí, pero también me gustaría uno aquí en la sala, dos en el baño y otro en el jardín", responde el fotógrafo con toda naturalidad.
"¿Pues cuántos van a ser?", se alarma la señora.
"Ordinariamente son cinco en cada sesión, pero si la mamá coopera pueden ser más, depende".
Y sacando del portafolio un álbum, el hombre le comenta a la señora:
"Me gustaría que antes viera algo de lo que he hecho, tengo una técnica especial y única que ha gustado mucho a todas las señoras. Mire el retrato de este niño tan bonito. Lo hice en un parque público a plena luz del día ¡Cómo se juntó la gente al verme trabajar! Esa vez me ayudaron dos amigos porque la señora era muy exigente, con nada le podía yo dar gusto a sus demandas. Y para colmo tuve que suspender el trabajo porque llegó una ardilla y comenzó a mordisquearme el equipo".
La señora, estupefacta, oía todo aquello con los ojos como platos, mientras el fotógrafo seguía presumiendo:
"Ahora vea estos mellizos. En esta ocasión sí que me lucí, todo lo hice en menos de cinco minutos, llegué y ¡paf, paf!, dos tomas solamente y ¡mire los gemelos que me salieron!".
La señora estaba cada vez más asustada.
"Con este niño batallé un poco más, porque la mamá era muy nerviosa. Hasta que le dije "A ver, señora. Usted mire hacia otro lado y déjeme a mí hacer todo".
A estas alturas la mujer estaba al borde del soponcio (y del sillón).
"Pues bien, señora, ¿a qué hora quiere que empecemos?", pregunta el fotógrafo, guardando su álbum.
"A la hora que usted diga", responde temblorosa.
"Muy bien, permítame ir a la furgoneta a traer mi trípode", dice el fotógrafo, poniéndose en pie.
"¿Trípode?", pregunta espantada la señora.
"Sí, es que ¿sabe usted?, mi equipo es muy grande y necesito un trípode para apoyarlo, porque ni con las dos manos lo puedo sostener... ¿Señora…? ¿Señora…? Caray, ¿Qué le habrá pasado? ¡Se desmayó de pronto!

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