Tengo que contaros una cosa: Yo soy feo... ¡Muy feo! Cuando nací, el médico, al cogerme, dio un respingo y casi se cae del taburete; repuesto de la impresión, empezó a mirar a todos lados de la habitación, preguntando dónde estaba la
cámara oculta. Mi madre le preguntó: "¿Qué ha sido?" El doctor me lanzó al aire y
dijo: "Si vuela, es un murciélago"; después me tiró a un barreño con agua y dijo: "Si
nada, es un cocodrilo". Luego se dirigió a
mi padre y, en vez de felicitarle, lo denunció a la policía y casi lo mata a collejas. Mi madre, al verme, no sabía si
quedarse conmigo o con la placenta. Como nací algo prematuro, me metieron en
una incubadora... con los cristales polarizados. Al nacer
no lloré yo... ¡lloró el doctor, lloró mi padre y lloró mi madre! ¡Y dos enfermeras se desmayaron! Mi madre nunca me dió
el pecho porque decía que sólo me quería como amigo, y en vez de
darme el pecho, me daba la espalda. A los pocos meses
aprendí a caminar solo, porque nadie me cogía en brazos. Cuando era
pequeñajo, me acariciaban con un palo de tres metros. Un día mis padres me llevaron de camping al bosque y, por la noche, los coyotes
prendieron fogatas para que no me acercara a ellos. En los recreos del colegio, cuando
jugaba al escondite nadie me buscaba. Un día tiré un boomerang y no volvió jamás. Por las noches, mi "angelito de la guarda" dormía en la habitación de al
lado. Y cuando mi madre me acostaba y apagaba la luz, salía el coco y la encendía. Por las mañanas, cuando despertaba y abría la ventana, el sol se escondía. Además, siempre fui muy peludo: a mi madre siempre le preguntaban:
"Señora, a su hijo ¿lo parió o lo tejió?". Mi padre llevaba en la
cartera la foto del niño que venía de serie cuando la compró, en vez de una mía. Pronto me di
cuenta que mis padres me odiaban, pues mis juguetes para la bañera eran
un radio y un tostador eléctrico. Una vez me perdí yendo de compras; le pregunté a un
policía si creía que íbamos a encontrar a mis padres y me contestó: "No
lo sé; hay un montón de lugares donde se pueden haber escondido". Cuando me llevaban al zoo, los monos me tiraban
cacahuetes. Mis padres tenían que atarme un trozo de carne al cuello
para que el perro jugara conmigo. Empecé a trabajar desde
joven. Trabajé en una veterinaria y la gente no paraba de preguntarme
cuánto costaba yo. Un día llamó una chica a mi casa diciéndome: "Ven a
mi casa que no hay nadie". Cuando llegué no había nadie. Con tanto problema a mi alrededor, tuve que ir varias veces al psiquiatra, y me hacía acostar boca abajo. Un día me dijo que me estaba volviendo loco. Le dije que quería oír una segunda opinión.
Me respondió: "Vale, además de loco, es usted muy feo". Cierto día decidí suicidarme tirándome desde la terraza de un edificio de 50
pisos; mandaron un cura para darme palabras de aliento, pero sólo dijo:
"En sus marcas, listos...". El último deseo de mi padre antes de morir
era que me sentara en sus piernas... Lo habían condenado a la silla
eléctrica. Otro día, intenté enviar mi foto por
e-mail, pero el antivirus la detectó. Cada vez que salía a la calle sin gafas de sol ni pasamontañas, me miraban dos veces
porque la primera no se lo creían. En las fiestas, me echaban del 'tren fantasma' porque "asustaba
demasiado". Una vez vez entré en la 'casa de los espantos'... y salí con una solicitud de empleo. Y en casa, cuando me miraba en el espejo, el reflejo se daba la vuelta. Cuando me ponía a cocinar, era yo quien hacía llorar a las cebollas. Cuando iba al banco,
apagaban las cámaras de seguridad. Por suerte, el mes pasado crucé una calle sin mirar y me atropelló un camión... y quedé mejor.
Ahora ya no soy horripilantemente feo... apenas... soy feo.
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