jueves, 28 de enero de 2010

¡Malditas Judías!

Cierto día, mi amigo Lorenzo, al que no veía desde hace mucho, me contó lo que le ocurrió tiempo atrás, cuando conoció a una chica de la que se enamoró perdidamente, siendo además correspondido.
El problema de Lorenzo era que le gustaban tanto las judías, frijoles y similares que las comía varias veces por semana, pero ello le acarreaba "muchos gases molestos". Cuando ya la relación con su novia estaba en una segunda o tercera fase, quizás con vistas a una próxima boda, pensó: "Yoli nunca va a querer casarse conmigo si continúo con esta pedorreta salvaje".
Entonces, decidió hacer el enorme sacrificio de no volver a probar las judías nunca más, pensando que su futura esposa y su matrimonio bien valían la pena.
Poco tiempo después de la boda, iba Lorenzo conduciendo de regreso del trabajo a su casa cuando, tras pisar un bache, algo le pasó al coche y se quedó "tirado". Llamó por teléfono a su esposa y, tras contarle lo ocurrido, le dijo que se quedaba a comer en un restaurante próximo al lugar donde estaba.
Al llegar, el olor de los guisos de judías que salían de la cocina le trajo los inolvidables recuerdos pasados, y claro, no pudo resistirse a la tentación. Lorenzo, antes que nada, se quedó pensativo sobre los efectos negativos que sus "gases nefastos" pudieran producirle, y una vez decicido, pidió dos grandes platos de fabada asturiana (¡a saber cuándo volvería a comer judías...!).
Durante el camino de regreso en un coche prestado por el taller, se fue aliviando poco a poco de los gases que la comida le provocó de forma casi instantánea, y cuando por fin llegó a su casa, ya se sentía mejor.
Su esposa, que nada más verle fue a recibirle muy feliz y excitada, le dijo: "¡Querido, te tengo una gran sorpresa para la cena de esta noche!". Le tapó los ojos con un trapo y le acompañó hasta el salón, haciéndole sentar y prometer que no espiaría hasta que ella le avisara.
Al momento, Lorenzo sintió que en su intestino algo grande se estaba gestando, había un nuevo y grande "accidente gasífero" en camino. Cuando poco después la esposa iba a quitarle el trapo de los ojos, sonó el teléfono. Ella le volvió a hacer prometer que no iba a espiar la mientras contestaba y salió del salón para atender el teléfono.
En cuanto oyó que descolgaba el auricular, Lorenzo aprovechó la oportunidad: Volcó todo el peso de su cuerpo sobre una pierna y soltó uno con mucho cuidado. No fue muy fuerte, pero parecía una especie de huevo friéndose. Con grandes dificultades para respirar, agarró a ciegas una revista y comenzó a abanicar el aire a su alrededor. Estaba comenzando a sentirse mejor cuando otro "gas letal dormido" empezó a surgir. Levantó de nuevo la pierna y "¡¡Prrrpppppeeepppeeeeerrrpppppeeeppp!!". Sonó como un motor arrancando, y comparado con el anterior, olió aún peor. Nervioso, medio mareado y deseando que las emanaciones se disipasen, comenzó a sacudir frenéticamente la revista con los brazos como si fuera un molino. Ya las cosas parecían volver a la normalidad, cuando nuevamente le vinieron ganas. Algo más confiado, mandó esta vez todo el peso de su cuerpo sobre la otra pierna y lo largó con violencia. Este último era de medalla de oro, el Oscar en sonido y hedor. El "super-padre" de todos los gases. Las ventanas vibraron, el suelo tembó bajo sus pies y, un minuto después, una rosa que estaba sobre la mesa, se marchito y murió. El canario, en su jaula, enmudeció su piar melodioso y cayó de espaldas. Mientras tanto, Lorenzo permanecía con un oído atento a la voz al teléfono de su mujer, y manteniendo su promesa de no destaparse los ojos, continuó ya envalentonado con su "festival" durante unos diez minutos mas, tirándose "gases terroríficos", abanicando con los brazos y la revista y, de vez en cuando, soplando fuerte, en círculos para ahuyentar la "cosa".
Cuando oyó a su mujer despidiéndose en el teléfono, se puso la revista sobre las piernas, sujetándola con una mano. Tenía el rostro de la inocencia de un ángel cuando entró su esposa, pidiendo disculpas por haberse demorado tanto. Le preguntó si había espiado el salón, a lo que respondió negativamente.
Una vez que tuvo absoluta certeza de que había cumplido con la promesa y no había visto nada, ella le quitó el trapo y gritó: "¡¡¡SORPRESAAAA!!!".
Había doce invitados distribuidos por el salón para su fiesta de aniversario...

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