lunes, 11 de enero de 2010

¡Vaya Cumpleaños!

Hoy fue mi cumpleaños y confieso que no sentía nada especial al levantarme esta mañana.
Fui a desayunar creyendo que mi esposa estaría muy contenta y esperaba que me dijera "Feliz cumpleaños" y quizás tuviera un regalo para mí, pero... ¡ni siquiera me dio los buenos días!
Pensé en ese momento... "Bueno, quizás mis hijos se acuerden". Pero los niños vinieron a desayunar y no dijeron una sola palabra, ¡sólo me pidieron dinero para su merienda!
Cuando me fui a la oficina me sentía totalmente deprimido; pensé "Ni siquiera el perro se mostró agradecido".
Pero, al entrar en mi despacho, mi bella secretaria, Liliana, me dio un beso y me dijo: “Buenos días jefe y... ¡Feliz cumpleaños!”.
Ahí me empecé a sentir un poco mejor, ¡¡¡por lo menos ella sí se acordaba!!!
Después de innumerables reuniones y telefonazos, ya cerca de las 2 de la tarde, entró Liliana y me dijo: “Hace un día precioso y además es tu cumpleaños... ¿Qué tal si nos vamos a comer solos tú y yo?”.
Me dije: "Esto es lo mejor que he oído durante todo el día", así que tomé mi maletín y salimos, y en vez de ir a comer al lugar acostumbrado, fuimos a un sitio "seguro", ¡ustedes me entienden! Comimos y nos tomamos varios tragos, la comida estuvo deliciosa y nos divertimos mucho.
De camino a la oficina, ella dijo: “Sabes... ¿Para qué desperdiciar este ambiente? ¡Mejor no regresemos a la oficina!”. Me dijo con una voz muy sugestiva: “Te invito a mi apartamento, donde te podré preparar lo que tú quieras, ¡¡¡y allá seguimos!!!”.
Una vez dentro del apartamento, puso una música muy suave e insinuante (por cierto, una de mis preferidas), puso la luz tenue y me dijo de manera prometedora: “Si no te molesta, creo que voy al cuarto a cambiarme de ropa y a ponerme muchísimo más cómoda, ya mismo regreso, no te vayas a ir...”.
Yo estaba muy impaciente mientras ella entraba en su habitación, ¡Liliana tenía unas curvas inmejorables! ¡Era para verla! A los cinco minutos regresó cargando una inmensa tarta de cumpleaños... seguida de mi esposa, hijos, algunos compañeros de oficina y ¡mi jefe!, todos ellos venían cantando al unísono el “Cumpleaños feliz…”.
Y allí estaba yo, desnudo en la sala, ¡sólo con los zapatos puestos!
Ya saben por qué despedí a mi secretaria... ¿No hubieran hecho lo mismo?

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