lunes, 11 de enero de 2010

La Moto "Nueva"

Otro relato “verídico”: le ocurrió, al parecer, a un amigo de mi vecino:
Cierto día va el hombre a comprarse una moto. Llega al concesionario y dice:
“Buenas. Quiero una moto que esté bien. Eso sí, no pienso gastarme más de 100 €”.
“Pues eso es difícil. Pero creo que tengo algo que le gustará”.
Y entonces el vendedor le enseña al hombre una moto impresionante, con un motor de 2000cc y unos cromados alucinantes. El hombre, todo perplejo dice:
“Pero esto tiene que salir carísimo”.
“Qué va. Sólo 85 €”.
“Pero, ¿cómo puede ser?”.
“Mire. Es que esta moto es de importación. Viene del Sahara, y claro, como allí nunca llueve, si le cae una sola gota de agua, pues la moto se cae a pedazos”.
“Pero entonces no me interesa”.
“No, hombre, no. Mire, si usted ve que se va a poner a llover, pues le da una buena capa de vaselina para aislarla de la humedad, y ya está. Además, le regalo con la moto un frasco de vaselina”.
“Siendo así... Vale, me la llevo”.
Al cabo de un rato va el hombre por la carretera con su nueva moto, conduciendo a toda ostia, devorando kilómetros. Y claro, con tanta velocidad, el tío va y se traga un charco de aceite en plena curva y se mete un piñazo de aúpa. Un lugareño lo ve y se acerca a ayudarle:
“Pero hombre, menuda leche se ha dado. ¿Está usted bien?”.
“Sí, no me ha pasado nada, y la moto...., la moto también está bien”.
“Pero, ¿seguro que usted está bien? Mire que la ostia ha sido de campeonato. Lo mejor que podemos hacer es que se venga conmigo a mi casa. Le invito a comer, y si después de comer usted ve que se encuentra bien, pues nada, se va y todos tranquilos”.
Entonces el lugareño y el hombre se van en la moto a la casa del lugareño.
“Verá, en esta casa tenemos una costumbre, durante la comida no se habla, y si alguien habla, entonces es el que lava los platos”.
El hombre piensa: "Bueno, ya que este lugareño está siendo tan amable, yo, durante la comida, hago que se me escapa alguna palabra, y le lavo los platos".
Entonces se asoma a la cocina y ve que allí todo estaba lleno de platos sucios, y piensa: "¡¡¡JODER!!! Yo no digo ni mú, aquí hay toneladas de platos para lavar".
Comienza la comida; a la mesa estaban el lugareño, su esposa, su hija y el hombre de la moto. Reinaba un silencio sepulcral, no se oía ni el ruido de una mosca.
El motero, que no tenía ninguna gana de lavar los millones de platos que había en la cocina, empieza a meter mano a la hija del lugareño, para ver si ésta dice algo, y así asegurarse de que él no lavaría. Pero la chica no decía nada de nada, le miraba, suspiraba, se movía, pero no decía nada. Entonces el tío, que de tanto sobeteo se había puesto a cien, se levanta de la mesa y se tira a la hija, allí, delante de todos. Y la peña que no suelta prenda, nadie dice nada, siguen comiendo tan tranquilos.
Más tarde, el hombre, que ve que se puede poner morado, mira a la mujer del lugareño, que era una cuarentona de buen ver, y se la tira. Y nadie dice nada. Todos callados, comiendo, sin decir ni pío.
Mientras todo esto sucedía, el cielo se fue poniendo cada vez más oscuro. El hombre, después de haberse tirado a la madre y a la hija, ve que va a empezar a llover y se levanta de la mesa, con el bote de vaselina en la mano.
Entonces el lugareño se levanta de un salto y dice:
“¡Vale! ¡¡Ya friego yo!!”.

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