miércoles, 13 de enero de 2010

El Suicida

Un antiguo compañero de clase, “ligeramente” descerebrado, me llamó para decirme que había pensado en el suicidio. Al preguntarle, me respondió de la siguiente manera.
Después de mucho ir dando tumbos por la vida, sin trabajo fijo, sin casa propia, sin… sin… sin…, hace poco tomé la decisión de dar un cambio radical, y tras pensarlo detenidamente, me hice suicida, pero no un suicida cualquiera, de esos que lo intentan sólo una vez y la han palman; para todo en la vida, incluso para el suicidio, hay que tener arte, y yo lo tengo, y a borbotones.
La primera vez pensé en hacerlo de forma sencilla, al viejo estilo, pero la falta de experiencia en el tema me hacía ser bastante torpe, así que busqué a alguien que se hubiese suicidado con éxito, pero inexplicablemente no encontré a nadie, y tuve que hacerme suicida yo solito.
¡Ya está! Para ser la primera vez, pensé que lo mejor era cortarme las venas, así que fui a una ferretería y entré a preguntar:
“Muy buenos días, tengan usted y su tienda, querido señor dependiente” (yo es que soy muy amable con las personas que me suministran el arma del delito).
“Buenos días, señor. ¿Qué desea?”.
“Quería un cortavenas bien grande y bastante afilado”, le dije con aire decidido.
“¿Un corta qué? ¡Ah, claro; un cortapizzas me ha dicho”.
Cortavenas, cortapizzas… bueno, lo mismo da si al final funciona, pensé.
“¿Se lo envuelvo?”.
“No, gracias, me lo llevo puesto”.
Y así, nada más coger el instrumento, me lo apreté con fuerza en el brazo, hasta que se me quedó clavado, y me fui sonriendo. Cuando salía escuché un golpe seco en la tienda, y al volver la cabeza vi al hombre tirado en el suelo. Creo que le impresionó algo lo que hice.
Llegué a mi casa, y ya estaba impaciente por ver el resultado. Yo esperaba que, al quitarme el cortador del brazo, brotara la sangre a chorros, que me mareara, que viera bichos por las paredes, que me hicieran un pedazo de juicio en el infierno; pero nada, del corte sólo salía un hilillo como de queso parmesano, lo cual no sería malo si lo que quisiera hacer fuera una pizza, pero como mi intención era suicidarme, pues resulta que en lugar de desangrarme me estaba desparmesanando, y tuve que dar por nulo mi primer intento.
En la segunda intentona cuidé al máximo los detalles, para que no hubiera más problemas ni sorpresas de última hora.La forma elegida fue ahogarme en la bañera. Lo preparé todo con esmero, agua caliente, sales minerales para difuntos, una manopla, música gregoriana de fondo… y una nota explicativa a mi patito de goma, donde le comentaba por qué no se podía bañar ese día conmigo. Entré en el cuarto de baño, metí un pie y descubrí que el agua estaba muy caliente, así que decidí esperar un poco, porque el calor excesivo me pone la piel áspera y eso me da mucho coraje. Así, pues, cuando se hubo enfriado un poco el agua, me metí entero y me sumergí.
Cuando el agua ya me había cubierto incluso la cabeza, esperé... seguí esperando... ¡Que jartón de esperar!... Zzzzzzz (dormido)... Uaaaaaaahhhhh (bostezando)... ¡me desperté! Miré el reloj… ¡¡Casi 2 horas y media bajo el agua!! Busqué una explicación lógica al hecho de que no me hubiera ahogado, y tras mucho meditar la cuestión, caí en la cuenta. Unos meses antes había hecho un cursillo de submarinismo a grandes profundidades sin bombona de oxígeno, pues estaba sopesando la idea de unas vacaciones en el Pacífico.
Tampoco era ésa la opción más acertada para mis intentos suicidas, y además, todos los dedos se me habían arrugado y bajo el agua el aburrimiento se hace monumental. Incluso pensé en traerme una radio al baño para escuchar música, pero… ¿y si se caía al agua y me electrocutaba? ¡¡Uff, qué miedo; quita, quita, suicida, pero no loco!! Dejé pasar unos cuantos días para que se me pasara el susto, y volví a intentarlo.
La siguiente vez pensé en hacerlo como las grandes divas del cine o la música, así que decidí que me iba a suicidar con barbitúricos. Al principio creí que lo de “barbi” era porque te quedabas tieso y blanco como las muñecas, pero no, resultó que eran unas medicinas de color oscuro y que, incluso, yo ya las había visto, en la mesita de noche que un amigo las guardaba para no sé qué. Aproveché, puesto que él se había ido de viaje, y como tengo llave de su casa, fui y rebusqué entre sus cosas. Encontré una cajita que estaba medio borrosa y ponía algo ilegible, 'J$#$%la'. La cajita era negra, como las pastillas; las saqué y me las tomé todas de golpe. Me senté frente al espejo mientras esperaba impaciente una reacción, un algo que me dijera que había hecho efecto, y la señal no tardó en llegar; empezaron unos dolores intestinales que se fueron esparciendo por todo el estómago y pensé: '¡Ya me llegó la hora!'. Se le fueron sumando unos gases tóxicos expandidos por toda la habitación, y retortijones de tipo… 'Tengo que haber comido algo que me ha sentado mal, ¡¡¡muy maaaaalll!!!'... ¡Prrrrrtttddddzzzzzzzzz!... que me cagué, literalmente me cagué, ni siquiera llegué al baño. Lo que yo echaba por el culo no eran excrementos, parecía que tenían vida propia, e incluso los oí reírse, salían disparados a las paredes, hasta que por fin llegué al baño, y expulsé todo lo que me podía quedar dentro, que aún era bastante, y hasta me pareció distinguir entre tanta mierda ese bocadillo tan picante que me comí en la comunión de mi hermana años atrás (que, por cierto, hoy es su cumpleaños, tengo que acordarme de llamarla para felicitarla, cumple 36 años). Cuando hube acabado con toda la artillería pesada que tenía en mi cuerpo, y que me dejó terriblemente cansado, me dispuse a leer lo que me había tomado, y dentro del cajón me encontré una caja parecida que decía 'JUANOLA'. ¡¡Me había tomado una sobredosis de pastillas juanolas, era para matarme!!
Las ocasiones posteriores lo volví a intentar de varias maneras distintas… con una cuerda, pero me ponía morado y por poco me ahogo… intenté tirarme desde la azotea de mi edificio, pero tenía vértigo y me mareaba, y luego se me quedaba mal cuerpo...
Así que decidí no volver a intentarlo, porque sufro del corazón y mi cuerpo no aguantaría un esfuerzo así, pues... ¡¡aaarrrrrggggggghhh!!... Piiiiip, piiiiip, piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip (léase encefalograma plano ;-))… ¡¡que nooooo!!, ¡¡que era coñaaaaa...!!

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